La Iglesia se equivoca, a veces
Aunque le pese la Iglesia se equivoca, a veces, demasiadas diria yo
Uno recuerda, de sus clases de religión en el colegio, las famosas parábolas que Jesucristo contaba a todos aquellos que quisieran oírle. Nos explicaban que esas historias eran el método elegido por Jesús para hacer llegar su mensaje.
Lo que había tras todas las parábolas era amor, perdón, bondad... Una que me caló hondo fue la del "buen samaritano". Una clara historia contra los prejuicios que lastran las relaciones humanas que a día de hoy sería necesario seguir contando, pues aún sigue habiendo prejuicios.
El mensaje de Jesucristo era un mensaje tan hondo y tan universal que no se necesitaba gran cosa para entender y aceptar como propias y ciertas lo que Él dijo en su día. Tras su palabras llegó el cristianismo que, con el paso del tiempo se fue escindiendo en diversas ramas, así; catolicismo, protestantismo, ortodoxia...
Pocos días han pasado desde que protesté por la extraña actitud de muchos homosexuales. Menos aún desde que el Gobierno de la Nación decidió equiparar en derechos las uniones civiles homosexuales y heterosexuales. Y las reacciones no se han hecho esperar. La Iglesia parece mostrar una postura común al respecto de este tema. Se opone porque suponen que esa equiparación va contra el concepto de familia y muchos cargos de la jerarquía eclesiástica y política llaman a la "desobediencia civil" para no casar a esas personas.
Lo llaman objeción de conciencia. ¿Y qué es la conciencia? Esa vocecilla que nos dice lo que está bien y está mal. Pero no todas las conciencias son iguales, sino individuales; y para lo que uno es malo, para el otro no lo es. Según nuestra conciencia no nos pueden obligar a hacer algo en contra de ella. Casos históricos de esa objeción fueron los insumisos del servicio militar obligatorio. Ahora, algunos alcaldes apelan a ella para no casar a los homosexuales. Su conciencia les dicta que eso es malo, y por tanto, el Estado no les puede obligar.
La Iglesia, la alta jerarquía y la baja clerecía, es la que establece lo que en muchas personas debe dictar esa conciencia. La unión homosexual va contra la familia. La homosexualidad no es buena porque es una desviación llena de vicio. La Iglesia no acepta o por lo menos no ha reparado en la cuestión de que por muy arraigada que esté esta institución en el mundo, más de 2000 años, los homosexuales llevan mucho más tiempo sobre la faz de la tierra. Tampoco ha reparado la Iglesia que la unión de personas es anterior a la misma Iglesia también, ¿qué eran sino San José y la Virgen María más que un matrimonio? La Iglesia cristiana no ha inventado nada que no estuviera inventado anteriormente. Ni el matrimonio, ni la familia, ni la homosexualidad. Ni mucho menos el amor o la felicidad. Por no inventar no ha inventado ni la persecución de los homosexuales.
Tanto homosexuales como heterosexuales somos personas. Visto desde la óptica cristiana, todos somos hijos de Dios, en definitiva: hermanos. No es moral, o yo por lo menos no lo veo así, negar a dos de nuestros hermanos la posibilidad de registrar su amor en sociedad. ¿Por qué negarles la felicidad? Todo cristiano debe procurar el bien de los demás. El amor ha de ser universal. Si Dios ha creado a los homosexuales, será porque alguna finalidad tienen en este mundo, al igual que los peces de las fosas abisales. Si aceptamos que Dios ha creado al mundo, no podemos rechazar a nuestros hermanos homosexuales. Dios los ha hecho así. Yo, que creo que estos hermanos nuestros lo son así por su propia naturaleza, no puedo cristianamente negarles la felicidad que deseo a mis otros hermanos. No puedo mantener en un segundo plano a esas personas. Trata al prójimo como desearías que el prójimo te tratase a ti. Yo, si fuera homosexual, desearía que no se me marginase y ser considerado uno más en la sociedad, con los mismos derechos y deberes.
Pero claro, el concepto de matrimonio conlleva descendencia. La creación de una familia. ¿Qué familia puede surgir de una unión que no puede generar descendencia? Ninguna. Conceptualmente esa unión homosexual no debería llamarse matrimonio civil, sino otra cosa. Si la oposición a la legalización es un problema de nombres considero que no se debe considerar siquiera. No es un agravio comparativo el que tú, familia heterosexual, seas equiparado a una unión homosexual, ¿en qué te afecta? En nada. No nos opongamos gratuitamente.
Quizás la oposición eclesiástica sea un paso previo para evitar lo que se otea en el horizonte: la adopción por esas uniones homosexuales. Esa es otra "guerra". Ya no es el derecho del matrimonio, sino el del niño. Y todo niño tiene derecho a tener una madre y un padre. Así lo dicta, no la Iglesia, sino la historia, al igual que la historia nos ha demostrado la existencia de la familia, el matrimonio, la homosexualidad y la búsqueda del Hombre por ser feliz en este mundo.
Creo que ha llegado el momento de que la Iglesia vea en el homosexual a un hijo de Dios que se merece tanto este reino como el celestial, porque, en definitiva, lo que debe ser cada persona o hijo de Dios es un cúmulo de bondades y para eso no hace falta que te gusten los del otro o el mismo sexo. Para ser bueno sólo se necesita corazón. La conciencia de ninguna persona puede dictar como malo el ser partícipe de la felicidad de dos de tus hermanos. Si así lo dictase es una conciencia equivocada.
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