domingo, 25 de noviembre de 2007

EL DILUVIO QUE VIENE

Este articulo de un amigo mio se me antoja interesante y Real, lo publico con su permiso faltaria mas.
Oficialmente ya estamos en otoño, pero llueve en días contados y con mala leche. No ha empezado a hacer frío hasta hace pocos días y jamás la tan inútil ropa de entretiempo ha resultado ser más útil que ahora. Las amas de casa han hecho más viajes a los armarios que nunca llevando y trayendo la ropa de invierno hacia dentro, la ropa de verano hacia fuera. Los meteorólogos tienen loco al semáforo de las alertas y tan pronto lo encienden en alerta naranja como lo cambian a la alerta amarilla. Sin embargo con la zona del Estrecho de Gibraltar, raramente aciertan. En un telediario dan levante fuerte con lluvia y en el otro un sol cegador con poniente racheado. Qué mérito el de Noé que, en una época sin meteorólogos y sin alertas, supo exactamente cuándo vendría el Diluvio Universal.
Sin embargo, ahora estamos a las puertas de otro diluvio del que nadie nos alerta y que poco a poco va tomando fuerza. Es el diluvio de los mítines de la pretemporada electoral. Oficialmente las campañas electorales duran quince días, y quince noches, pero meses antes los políticos, previsores ellos, van calentando motores preocupados por su futuro laboral y para asegurarse su poltrona, digo, su escaño, nos bombardean durante meses con propuestas electoralistas que no se les había ocurrido presentar durante los 4 años que llevan en el poder o en la oposición. La mayoría de esas propuestas son tan ilusorias que, durante estos meses, los ciudadanos podemos cerrar los ojos y convencernos de que vivimos en el país de las maravillas de Alicia. Habrá subvenciones para todas las organizaciones, bajarán los impuestos y todos tendremos una paguita. Música celestial para los oídos de los sufridos mileuristas que formamos el sostén de un Estado del Bienestar de papel que se torna en Estado del Malestar conforme se baja en la escala social.
Franco estaba convencido de que en España no habría ninguna revolución a su muerte por el simple hecho de que, durante 40 años, en España se había consolidado una clase media lo suficientemente amplia como para amortiguar y servir de colchón a cualquier tentativa radical de derecha o de izquierda. Ésa fue la clave de la Transición en España. Pero ahora, en 2007, esa clase media está empobrecida, hipotecada hasta las pestañas y acribillada a impuestos por todas partes. Como resultado, una gran mayoría de españoles no puede ahorrar, apenas si llega a fin de mes y poco a poco está convirtiéndose en mera marioneta de los bancos que son los que, a la postre, cortan el bacalao, aunque suene raro.
De todo eso se libran los dos extremos de la pirámide social. Las grandes fortunas, muchas veces adquiridas de forma dudosa y, en los últimos años, gracias a la especulación brutal habida en la construcción. Y, en el otro extremo, la cantidad enorme de indigentes que habita nuestro país, nativos o foráneos, que acaparan las ayudas sociales. Personas que no cotizan a la seguridad social, que no pagan impuestos municipales ni IRPF porque no llegan, ni por asomo, a los mínimos requeridos, o al menos no de forma oficial aparente. El dinero negro es la gran lacra de la socioeconomía española. Las cantidades ingentes de euros que se mueven subrepticiamente por despachos enmoquetados y por barriadas de chabolas conforman un dinero indocumentado, insolidario y sucio procedente de turbios negocios que no repercute en ninguna mejora social sino todo lo contrario, que sólo beneficia a los que intervienen en sus transacciones y que fomenta la cultura de lo fácil y de la delincuencia. Es en este país de contrastes donde la clase media, base de todo el sistema, cada vez está más exhausta. El diluvio que viene debería servir, al menos, para regarla y refrescarla y no para arrasarla.

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